Lunes
18 de abril de 1957, hace ya varios meses que Manuel ha regresado de
Japón. Con él volvió sólo la mitad de su esencia, ahora las jornadas son
algo pesadas, hay días proclives a la deriva.
Distraído,
ausente… Prepara su incursión un día más en la ciudad. Comienza a descender la
pronunciada calle de su casa que le llevará a la pequeña plazuela. Según avanza
en sus pasos escucha el murmullo del gentío. Levanta su mirada y puede ver con
asombro que la plazuela esta repleta de minúsculas casetas llenas de libros. La
gente se amontona entorno éstos.
Tímidamente,
con mucha discreción, intenta atravesar siguiendo su camino como cada mañana,
es algo casi retorcido.
Mientras
sigue caminando en una inspiración, más fuerte de lo normal toma consciencia de
que el aire gélido araña su garganta. Ese aire tiene entremezclado armoniosos
aromas…Sabe a celulosa, a viejo, podrido, al paso de los años, sabe a madera, a
tinta… Es el sabor de una casa vacía.
No desea
detenerse, pero…. Cómo ? sus ojos se clavan en un libro. El nombre del autor se
agranda en su mente.
Dominique
Lapin.
Respira
profundamente y continua su marcha con una media sonrisa.
No
volverá a pensar en ello.
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